Nos han robado la belleza

Nos han robado la belleza. Y la imaginación. Nos han prohibido aquellas escapadas al interior de uno mismo, donde se juntan los recuerdos de las historias vividas, pero también de aquellas imaginadas, esos mundos invisibles, intocables, tan presentes pero a su vez tan lejanos. Nos han aplastado la ilusión, el sueño, la contemplación simple que te lleva más allá de los límites de la razón. En este mundo en el que vivimos, mundo de prisas y (des)conexiones, en el que todo se analiza y expresa en cifras, nos pasamos la vida contando minutos, días, euros, moléculas y pertenencias, mientras la esencia demasiadas veces se queda escondida en los frascos llenos de momentos jamás vividos. Momentos en los que todo se para, cuando desaparecen todos los ruidos y distracciones y te sientes libre, libre para poder sentir y contemplar, absorber esa fuerza vital que se esconde en la belleza, la que te eleva por un instante y le da sentido a todo, la que no tiene medida ni definición.

En una entrevista concedida a El País el día de su concierto en Madrid esta última semana de abril, el gran cantautor cubano Silvio Rodríguez afirma que muchas historias que han dado lugar a sus canciones “vienen de rincones de la infancia” y que “la infancia es el campo nutricional de todos los seres humanos. Ahí comienza todo y, posiblemente, termine todo”. Qué fácil es estar de acuerdo con este pensamiento. En la infancia, la imaginación es un mundo propio en el que se mezclan los cuentos populares y las realidades abstractas, en el que se alcanza las cimas de las montañas sin apenas moverse del pasto debajo del árbol y en el que los mares más lejanos se pueden navegar en una barca hecha de papel. ¡Cuántas ilusiones nos han quitado! Y cuántas vamos quitando a las generaciones venideras.

La infancia de hoy día parece que ya no es la misma que la de antes. Antes, el tiempo parecía infinito entre el juego al aire libre, los cuentos del mar y del bosque y la contemplación de los pasos de las hormigas. Ahora, hay que ocupar el tiempo y la mente, hay que saber contar (los números) desde que se sabe hablar, aprender idiomas que servirán no para descubrir otras culturas, sino para conseguir un mejor trabajo, y hacer todo tipo de deportes y actividades para ser el mejor. ¿El mejor para quién? Para llegar a ser un Alfa de “Un mundo feliz” de Aldous Huxley? ¿O para encontrar el camino, perseguir el sueño, aprender para pensar y aprender a pensar? ¿Cuántos Unicornios, aparte del de Silvio, se habrán perdido en las últimas décadas? ¿Cuántos cuentos populares habrán acabado en las cenizas de la memoria colectiva por dejar de ser contados y pensados?

Qué bonito es sumergirse en las profundidades del océano de la poesía, de las canciones escritas por los que han sido inspirados y los que inspiran a la vez, adentrarse en el mundo del arte, de esa expresión más sublime de la especie humana. Pero hasta en ello hemos definido un precio, lo hemos entregado fríamente al mercado. Mercado que dirige, mercado que devora. Devora el sueño, devora el pensamiento, la imaginación y la inspiración, al poeta y al filósofo. Mercado en el que todo ha de ser igual, donde no hay espacio para las diferencias, mercado de cosas y de tecnología, mercado de mentes fabricadas, mentes moldeadas, cascos dirigiendo el pensamiento, los sentimientos y la percepción, jaulas invisibles de pájaros con las alas cortadas, creyéndose libres pero incapaces de emprender el vuelo. La belleza no tiene cabida en este lugar inhóspito, en este nido hirsuto, maraña de codicia, del poder, de tenerlo todo o no tener nada, la batalla eterna del que posee y del que deja de poseer.

Aún estamos a tiempo de rebelarnos, de romper las cadenas que inconscientemente nos están atando y de recuperar lo nuestro, lo que nos han robado. Podemos aún parar el reloj, seguir el paso del sol, sentir la vida que brota de la tierra debajo de los pies descalzos, escuchar el canto de los grillos en las noches de verano, maravillarnos de los pequeños y grandes milagros de naturaleza. Que la canción y el poema, la risa y la palabra sean más fuertes que el ruido de la ciudad, ruido de coches, teléfonos, televisores. Así, tal vez, podamos rellenar nuevamente aquellos frascos con la esencia y suscribir las preciosas palabras de otro trovador, Luis Eduardo Aute, inmortalizadas en la canción La Belleza: “Reivindico el espejismo / de intentar ser uno mismo, / ese viaje hacia la nada / que consiste en la certeza / de encontrar en tu mirada / la belleza”.

Sabina Ljubi Salazar

 

1 comentario en “Nos han robado la belleza”

  1. ¡Cuanto comparto contigo Sabina! comparto análisis y sobretodo tu «aun estamos a tiempo», aunque a veces el ruido sordo de la podredumbre que nos rodea nos sumerja en la nostalgia y en el «no se puede».
    Se puede y debemos intentarlo, aunque nos lleve la vida el intento, es un ejercicio de responsabilidad con la especie y el planeta.
    La cultura es la traidora, la educación domesticada la instructora y los medios de comunicación apoyados en los bancos del sistema sus intérpretes. ¡A cambiarlo! ¡A intentarlo al menos!
    Enhorabuena por este artículo.

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