Me echo el cuerpo entero, y la vida toda

Me pongo el equipaje por montera y arrastro lo que mis brazos no soportan, pero lo llevo casi todo. Todo va conmigo, y contigo, y con nosotras. De ellos no quiero hablar ahora.

Lo que no me acompaña, lo que no te acompaña, no decide, porque de eso va todo esto, todo esto va de ser personas y ser libres. Y es que ser persona, con todos sus pronombres, es finalmente ejercer el derecho a decidir, es tener voluntad propia, capacidad de raciocinio, autonomía, responsabilidad, y como decía San Agustín autorreflexión.

Personas, somos los individuos de la especie humana, y ahí radica nuestra naturaleza, nuestro ADN irrenunciable, “seres sociales”, individuos de una misma especie obligados a relacionarse y entendernos porque compartimos dimensiones más allá de nuestros propios límites para poder vivir. Y las personas, un sustantivo femenino que conceptualiza a los seres humanos, se hace más y más grande, partiendo del yo y el tú convergemos irremediablemente en el nosotras y cual levadura ascendemos en la consciencia hasta los ecosistemas y entonces miramos y nos miramos en el Planeta.

Nuestro ombligo sigue en el mismo lugar de siempre, y cada uno tenemos uno, pero sabemos ahora que no somos ombligo del mundo sino una especie invasora e idiota que siembra desolación. Yo digo “no soy yo”, y tú dices “yo tampoco”, ni siquiera nosotras o vosotras, pero sabemos quiénes son, incluso en ocasiones les votamos, en otras muchas es verdad que no. Sabemos que portan la enfermedad de la avaricia, pareja de hecho y de derecho del capitalismo, pero como aletargados nos dejamos llevar sin oponer apenas resistencia dejándoles hacer y deshacer.

Aceptar como inexcusable la barbarie nos aleja de la persona y nos encierra en el individuo. Por eso sigo sin querer hablar de “ellos” porque a ellos no les gustan las personas.

En mi persona, en la tuya, en las nuestras, va todo lo que somos, lo que aprendimos y lo que aprendemos, los pensamientos, lo que siento, lo que anhelas, lo que detestamos y lo que amamos, los tropezones, las miserias y las hostias, los encontronazos y los encuentros, lo que cada mañana nos impulsa, y con todo ello nos echamos el cuerpo encima y la vida toda, y decidimos.

Begoña

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