Dejad a los niños en paz, malditos fanáticos

Dejad a los niños en paz, malditos fanáticos

Se me ha venido a la boca en cuanto he visto ese tuit. Sí, eso es lo que se me ha venido a la boca después de verlo. Me lo ha enviado por guásap una amiga, que sabe bien -sabe muy bien- cuál es mi única bandera, la blanca. Sí, dejad a los niños en paz, malditos fanáticos. Las niñas y los niños quieren pelotas y libros; muñecos y nanas; maestras y madres; canciones y yayas. Y quieren recreo y patio; y a papá y al abuelo; y saltar en los charcos; y jugar en el barro (sí, con la arena y el barro). Los niños quieren niños, y quieren niñas. Más niñas y más niños: en casa y en la calle, y en el cole y en el parque. Sí, eso es lo que quieren. Y usted lo sabe, si tiene hijos, señor alcalde. Y yo lo sé, porque tengo hijas, señor alcalde.

«¿Banderas? ¿Para qué quieren una bandera en el cole mis hijas? ¿Para qué, malditos fanáticos?»

Sí, así lo he pensado, automático. Y pido perdón, si hace falta… por pensarlo. Y pido perdón además, si hace falta… por escribirlo. Pido perdón, si hace falta, por escribir lo que he pensado. Pido perdón por decir «malditos fanáticos». Pero es que no he podido evitarlo. Es más, señor alcalde Romero: yo no creo que enviase usted ayer ese tuit por casualidad. Por eso le pregunto: ¿por qué pidió ayer banderas en los coles de SanSe, señor alcalde? ¿Por qué? Y, sobre todo, ¿para qué? Mi pregunta no es retórica, ni pretende serlo:

¿para qué?

Mire, señor alcalde, en los coles de SanSe hacen falta huertos y árboles; hacen falta lapiceros para quienes no pueden pagarlos y hacen falta libros y cuadernos; hacen falta instalaciones deportivas adecuadas; y hacen falta ordenadores, videotecas y pizarras (digitales… que funcionen). Hacen falta tantas cosas en los centros educativos de SanSe, señor alcalde (tantas cosas antes que una bandera) que no entiendo cómo puede alguien -con sus responsabilidades- pedir (en estos días, además)… una bandera.

¿En qué medida beneficia eso -una bandera- a una niña? ¿Cuánta pedagogía hay en una bandera? Las niñas -los niños- no tienen patria ni bandera. Su patria es la infancia y su bandera una sábana, la sábana blanca que les acoge cada noche en casa, con un beso y un cuento; o un beso y una nana. O un beso y un hasta mañana, guapísimo; hasta mañana, preciosa. Un beso por la noche y un te quiero. Eso es lo que necesitan las niñas y los niños de este pueblo. Y los de todos los pueblos, señor Romero. Los de todos los pueblos.

Dejad a los niños en paz, malditos fanáticos
Le pido perdón, si hace falta, por pensarlo, y perdón si le ofende lo que pienso. Quede claro en todo caso que no es mi intención: ni ofenderle a usted, en concreto; ni ofender a ningún abanderado genérico. Pero empieza a hacer demasiado frío en este otoño demasiado caliente. Y comienza a ser urgente que empecemos a alzar la voz los que solo queremos para nuestras hijas un maestro y una nana, y un libro y los abuelos, y un patio y el recreo, y un tequiero por la noche y una sábana de amores.

Vivo cerca del colegio Antonio Buero Vallejo. Y ayer vi, por la mañana, colgada en una terraza, una sábana tendida y blanca. Grande. Muy grande. ¿Y sabe qué? Pues que la sábana grande tenía pintado en el centro un corazón rojo, grande, muy grande. Imaginé a una niña o a un niño, camino del Buero, diciéndole a su madre «mira, mamá». Imaginé su mirada, sorpresa, sonrisa… e imaginé a la madre o al padre… y la mirada llenándose de curiosidad, y la sorpresa después… y la sonrisa. Sorpresa y sonrisa porque alguien ha colgado en la terraza una sábana blanca con un corazón grande, muy grande.

banderad

Bandera blanca, de noches y amores; de corazones
Señor alcalde, en el cole no hacen falta las banderas, ni los palos que las sujetan. En el cole y en la calle y en la tele y en el parque… lo que hace falta ahora son palabras. Cuantas hagan falta. Y, entre tanto, señor alcalde, yo le sugiero -y solo si considera absolutamente imprescindible que haya alguna bandera (que yo prefiero sábanas)-… yo le sugiero que cuelgue una bandera blanca (una sábana) en cada colegio, con un corazón rojo grande, muy grande, en el centro. Sí, una en cada colegio, con un corazón grande, muy grande, en el centro.

Y ya verá cuántas miradas y cuántas sorpresas y cuántas sonrisas se despiertan cada mañana. Ya verá… todas las mañanas. Sí, una bandera en cada colegio, en cada instituto… una sábana blanca, con un corazón grande, muy grande, en cada mirada. Y ya verá cómo brotan a borbotones otras las palabras. Y… ya puestos… cuelgue otra sábana blanca, enorme, muy enorme -como diría un niño- del balcón de su casa, del Ayuntamiento. Que sea una declaración de intenciones, una declaración de amor. En el cole y en la plaza del pueblo, en cada mirada.

Sea valiente, señor alcalde. Porque hacen falta hombres valientes, mujeres valientes, en estos días de incertidumbre y mudanza. Sea valiente, señor Romero, porque eso es lo que necesitan las niñas y los niños de este pueblo. Y los de todos los pueblos, señor Romero, los de todos los pueblos: sábanas blancas -y patio y recreo y papá y la maestra y la yaya- y corazones grandes, muy grandes. Y busque esta noche una sábana vieja y píntele dentro un corazón grande, muy grande, en la terraza de casa, en el balcón de todas las miradas. Que será una sorpresa, de amor, de mañana.

Ana Baraca

2 comentarios en “Dejad a los niños en paz, malditos fanáticos”

  1. Totalmente de acuerdo, Ana. No hay más bandera que aquella que pierde su color hasta fundirse en el blanco universal.

Los comentarios están cerrados.