Cómo aceptar una verdad desnuda

Comienza cada mañana con el desagradable madrugón, pero una vez en pie, lavadita la cara y asentado el café, despertamos al día, dispuestos a librar batalla, al afán cotidiano de vivir. Un encuentro recurrente, un laberinto continuo en el que dilucidar entre la verdad y las mentiras, la realidad y la ensoñación, la información y  la intoxicación.

Envueltos en verdades insoportables la mentira oportunista cobra fuerza. Es burda la farsa, por eso se disfraza, se adorna en exceso, o se camufla. Y lo hace tan bien, qué cuantas veces no consigue pasar por verdades, patrañas escandalosas, y que difícil resulta mirar o aceptar una verdad desnuda.

Si la palabra nos hizo humanos, el poder de la imagen se reveló desde siempre, y es que procesamos las imágenes hasta 60.000 veces más rápido que los textos, la vista es el rey de los sentidos, y en ambas herramientas encuentra escondrijo la falacia.

Las imágenes nos rodean, nos bombardean, las hay que valen más que mil o diez mil palabras, y eso que lo esencial se muestra oculto a los ojos, en la mayoría de las ocasiones. Y aunque es la palabra la más capacitada para expresar ajustadamente el estado de las cosas o ahondar en razones que expliquen ese estado, hay instantáneas o acciones que no requieren de más datos. Pero como en la radio no vemos, solo oímos, vamos a contarlas.

Una foto, un grupo de mujeres militares israelíes haciéndose un selfi con las ruinas de la frontera sur de Gaza al fondo. Sonríen, posan, se recrean ante la masacre, la deshumanización en escena, una escena de horror y crueldad ante la destrucción y la muerte. Una imagen que no describe una realidad insoportable, ni habla de sus víctimas, una instantánea que muestra, sin dejar lugar a la duda, el desprecio, la indiferencia y la burla de quienes ejecutan y humillan, a regodeo de quienes consienten.

Otras imágenes en cambio necesitan de relatos extensos que las expliquen, como la de los agricultores españoles: los tractores que cortan carreteras o que vemos en las calles de nuestras ciudades no retratan del todo la realidad del campo. Las fotos de los tractores movilizados, no sé si orientados, pero sin duda con razones, no describen la situación de temporeros, ni de la mano de obra migrante, ni nos muestra el hacinamiento en covachas inmundas de seres humanos peor que esclavizados, torturados, sin agua ni alimento, como los encontrados hace 15 días en una finca agrícola en Sevilla, o hace unos días en otra explotación en Alicante.

Otra foto que requiere de muchas explicaciones es la de Koldo y Ávalos, una imagen repetida y por ello más despreciable: la de la corrupción, el robo a lo público, el oportunismo y la desfachatez.

Pero no hay instantánea que resuma los dos años de cárcel, de prisión preventiva, de Pablo González, el periodista español encerrado en una prisión polaca, preso peligroso,  acusado de ser espía ruso, sin pruebas, sin juicio, sin defensa. Como no caben en un fotograma los 31.000 gazatíes asesinados por Israel desde el pasado 7 de octubre.

Y hartas estamos, hartas de ver repetida por los siglos de los siglos que el icono de la desigualdad y la violencia tenga rostro de mujer.

A estas horas de la tarde, saliendo ya del laberíntico día, esperamos que el poder de la imagen no nos confunda, que la palabra no se nos enrede en la palabrería, y ambas sirvan para que las verdades emerjan, aunque escueza, porque la verdad libera, recupera el sueño y los sueños. A su encuentro vamos.

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