La chica de ayer.

Me asomo a la ventana y no veo a la chica, pero sí pienso en ayer. El coronavirus y el confinamiento nos están enseñando y nos están representando -lo que muchos piensan- de qué va a tratar el siglo XXI; de ese futuro algo oscuro, pandémico, asocial y abonado a una perenne crisis de ida y vuelta, de subida y bajada y vuelta a bajar. Podemos estar en un prólogo, en una especie de tráiler de una larga y no muy divertida película.

Es verdad que hay aplausos a las 8 de la tarde, sí, pero veo aplaudiendo a vecinos que en los colegios electorales votan cosas raras, que tiran papeles y colillas en los suelos de las calles, que no dan los buenos días. Se habla-fake de China como el urdidor de un maléfico plan, y del gobierno de España como la hoz segadora y el martillo golpeador de nuestra admirada libertad individual. De Europa casi ni se habla, porque Europa parece existir únicamente como bello y atolondrado contorno geográfico: esos fiordos o esas plantaciones de tulipanes sublimes que extraen el agua de los agónicos humedales del sur.

Pero como decía al principio, al asomarme a la ventana, y aunque no vea a ninguna chica, sí me acuerdo como era hacerlo ayer. Y lo comparo con lo que veo y escucho hoy. ¡La leche, la Virgen del Universo! ¡Qué maravilla de confinamiento! No circulan apenas coches; por casualidad o no, el cielo está gris limpio, lloviendo reiterada pero suavemente; y, sobre todo, el cantar de los pájaros domina el mapa sonoro de todas las barriadas. Se oyen vencejos y gorriones, cantan mirlos y verderones y claro está, el gorjeo de las palomas. Como los pisos y el mobiliario urbano siguen estando ahí y algunos de ellos no son muy bonitos, cierro los ojos, asomo bien la cabeza y arrojo mi ensoñación por la cuesta de mayor pendiente, sin freno alguno ni salida de emergencia. Imagino, obviamente, el campo y la montaña, o pequeñísimos núcleos urbanos apenas habitados; pero en lo que más me ilusiono es en imaginar este mismo barrio con los sonidos del confinamiento. Es un imposible y seguramente sería muy perjudicial para la economía y la pervivencia del actual modelo social, pero que absoluta maravilla para los sentidos del ser humano.

Soy consciente de que ha muerto mucha gente y enfermado miles y miles más. También soy consciente de las consecuencias económicas futuras que la pandemia va a provocar, del sufrimiento que todo ello generará. Pero al mismo tiempo supongo que en la peor de las guerras, también se pueden encontrar algunos alfeizares de paz.

 

 

 

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