Pan y Rosas cerró. Un pequeño comercio más que desaparece en Sanse

En la Avenida de Murcia 3, entre el Parque de la Marina y el Monumento a los Toros, otra tienda de barrio echa el cierre.

Incontables son ya los pequeños comercios devorados por las cajas registradoras de todas esas grandes y medianas superficies que están colonizándolo todo.

Muchas son las víctimas de este modelo económico asfixiante que habla de crisis cuando todo esto no es sino una estafa. Sí, una estafa diseñada. Porque lo que hace morir el pan y las rosas es la apuesta deliberada que gobiernos y grandes empresas dibujaron hace ya alguna década, apuesta oscura por un modelo que nos estrangula.

No hay espacio para las pequeñas, pequeñísimas iniciativas que tan solo buscan, mediante el trabajo, generar un bien social que les permita vivir del sudor de su frente. No hay espacio, no… Con la de huecos, rincones, bajos, locales con el cierre echado que vacían de vida nuestras calles y barrios. No han dejado un resquicio por el que colarse. Lo han copado todo: el ocio, la cultura, nuestra compra básica y la superflua.  Nuestro comercio especializado y cercano se sustituye y se acumula ahora, hace ya un tiempo, en las estanterías de pasillos impersonales, repetidos, idénticos, de centros comerciales igualmente idénticos, ya pasees por San Sebastián de los Reyes o Sabiñanigo, Burriana o Viella.

El pan, el agua, la palmera, el jamón, los tomates, ya no tienen quien los despache, ya no tienen quien  los coloque con mimo, quien los corte grueso o finito finito, al gusto del vecino (que no del consumidor)… y aparecen uniformados y anónimos para el autoservicio, ahora sí, de consumidores.

 “Hágalo todo Usted mismo”, reza la nueva lógica de una tarea cotidiana -hacer la compra- ligada a cubrir las necesidades básicas de las personas. Algo que durante siglos fue motivo de relación humana en los bazares persas, en los foros romanos, en los zocos árabes y en las plazas medievales, en los mercados de abastos y en los municipales, en los mercadillos y en los colmaos, en los ultramarinos o, sencillamente, en las tiendas de barrio. Hoy debe Usted caminar por pasillos iluminados artificialmente, escoger el producto, pesarlo, etiquetarlo, ponerlo en la caja, embolsarlo y hasta cobrarlo de su tarjeta de crédito, que no solo pagarlo.

Hoy se subvierte la naturaleza de las cosas, se vacían de contenido las palabras y se pretende convertir a las personas en seres inertes, que asistan con el mismo grado de emoción y desmemoria al desahucio del 4º izquierda, donde vivía Elisa, Juan, Marta y la abuela, o a ver las estanterías huérfanas de  lo que fue la librería de Mariano, o a que Juan y Esperanza ya no puedan poner tapas a nuestros zapatos o echar un remiendo a los viejos botines, porque tuvieron que decir adiós a su taller de reparación de calzado, o al cierre de esa tiendecita cerca de tu portal, donde encontraste pan, algún olvido y un rato de conversación.

En pocas décadas nos han cambiado el paisaje y la cultura, y no es resistencia a los cambios, no. Es rabia ante la pérdida (o el robo) de características y comportamientos que daban razón de ser a nuestra propia naturaleza de ser social. La individualización no ha concluido, porque sigue siendo necesaria para sostener un sistema, un modelo, unos gobiernos, unos poderes económicos o señores de la guerra que nos quieren aislados, mecanizados, vulnerables, sumisos… para poder continuar impunemente con sus tropelías.

 Por eso el cierre de una pequeña tienda insignificante parece apenas nada. Aunque por esa acera mañana ya no pase tanta gente, aunque Pilar o Juana o Pedro o Esther ya no encuentren su tertulia de mañana, aunque la señora Pepa no pueda ir a Mercadona  a hacer la compra porque para su caminar con muletas le pilla un poco lejos y un poco complicado.

El llanto de un lado del mostrador y las lágrimas del otro lado pasan inadvertidas para quienes elegidos por nosotros, y actuando en nuestro nombre, prometen lo que no cumplen, nos desprotegen y permanecen indolentes ante este dolor. Pero siempre hay gente que ama en letras mayúsculas, y eso sostiene, empuja, y te lleva a gritar ¡no tengo fuerzas para rendirme!

Bego

«Un hombre solo, una mujer 
así tomados, de uno en uno 
son como polvo, no son nada.

Pero yo cuando te hablo a ti 
cuando te escribo estas palabras 
pienso también en otra gente.

Tu destino está en los demás 
tu futuro es tu propia vida 
tu dignidad es la de todos.»

Fragmento del poema “Palabras para Julia” de Jose Agustín Goytisolo