Mis muy queridos gilipollas

Mis muy queridos gilipollas

Hoy comienzo una serie que no sé muy bien dónde me llevará, pero que hace ya mucho tiempo que vengo barruntando: Mis muy queridos gilipollas. Ese es el título que siempre tuve en mente: mis muy queridos gilipollas. Porque siempre sentí que este proyecto debía tener un puntito epistolar. Con el encabezamiento -con esas cuatro palabras- no pretendo ofender a nadie. En todo caso, libre es todo aquel  -faltaría más- de darse por aludido. Bueno, lo dejo ahí… Y escribo aquí: a continuación, a mis muy queridos gilipollas.

Hoy vamos a hablar de lo que es el adoctrinamiento. Adoctrinar es, según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, inculcar a alguien determinadas ideas o creencias. En principio, pues, adoctrinar no es, en sí mismo algo, malo. Donde puede haber malicia, malevolencia o maldad, es en la doctrina. Ahí sí que podemos encontrarnos con un problema. Voy a poner varios ejemplos, para que lo entendamos fácil. Si te inculcan el amor a la tierra, a los ríos, a los bosques, si te adoctrinan en el amor a la naturaleza, seguramente estarán haciendo algo bueno. Porque naturaleza somos todos y amar al todo es algo indiscutiblemente bueno. Ahí (en amar al todo) no hay discriminación alguna.

Si te inculcan el amor al prójimo, si te adoctrinan en el respeto al otro, a su piel, a su lengua, a su sonrisa, a su manera de entender la vida, si te inculcan la empatía, entonces, seguramente, estarán haciendo algo bueno. Porque amar, amar al otro, es algo indiscutiblemente bueno. El amor, en general, en genérico, es algo bueno. Amar la tierra que uno pisa, el aire que uno respira, amar el horizonte, amar al que tienes piel con piel, es algo, objetivamente, bueno. Sin más.

Por eso me sorprende a veces que la derecha hable tan a menudo de adoctrinamiento en las escuelas como si adoctrinar fuese algo malo. Y no. Inculcar a alguien determinadas ideas o creencias, que esa es la definición, no es algo malo en sí mismo.

La maldad no está en el hecho de adoctrinar. La maldad está, o puede estar, en la doctrina, pero no en la acción de adoctrinar.

Sigo con los ejemplos
Los monárquicos inculcan a sus retoños, desde su más tierna infancia, la idea de que no todos somos iguales. Los monárquicos -y hay muchos, en el PSOE, en el PP, en Ciudadanos o en Vox- consideran que hay personas que merecen un salario y un puesto de trabajo de por vida por el simple hecho de haber sido paridas por una determinada hembra y engendradas por un determinado macho.

Esto funciona del siguiente modo: una hembra -a la que se considera miembro de la denominada Casa Real- es fecundada por un macho, también perteneciente a esa Casa. Y la criatura alumbrada es reconocida como jefa de estado.

Jefa de estado por el hecho de haber sido parida por una hembra determinada y presuntamente engendrada por un macho determinado. No hay más.

Esto es así: ese es el principio fundamental de la monarquía. La discriminación del otro. La discriminación de todos los otros.

Los monárquicos no creen en la igualdad. No creen que todos los hombres, todas las mujeres, seamos iguales ante la ley. No.

Los monárquicos creen que un parido merece por nacimiento la jefatura del estado, y creen que los demás -todos los demás hombres y todas las demás mujeres- no merecen esa condición. Y punto.

Según ellos, según los monárquicos, según el alcalde Narciso Romero, según el vicealcalde, Miguel Ángel Martín Perdiguero, según Carmen Calvo, o Arrimadas, o Casado, o Abascal, no todos somos iguales.

En fin, que, según los monárquicos, de entre todos los seres humanos, hay uno (o una) que merece ser jefe (o jefa) de Estado, y todos los demás (y todas las demás) pues debemos buscarnos la vida como buenamente podamos.

Los monárquicos de antaño tenían incluso derecho de pernada. Ahora no les hace falta, porque ahora simplemente les llenan el bolsillo de dinero (para que vivan toda la vida a cuerpo de rey), y que no se preocupe nadie, que pernadas y piernas van a tener todas las que quieran, aunque valgan cien millones de dólares.

En fin, mis queridos gilipollas, que lo de la monarquía yo me lo haría mirar, porque no parece muy sensato que a estas alturas del siglo XXI sigamos discriminando a las personas desde la cuna. ¿No es esa una manera de ejercer violencia contra los más débiles, contra la infancia toda, contra todos los niños y todas las niñas… menos una? 

Monarquía.

El adoctrinamiento no es en sí mismo nocivo. Lo nocivo es inculcarle a un niño, o a una niña, desde su más tierna infancia, la idea de que él (o ella) merece más que ningún otro (u otra) por el simple hecho de haber sido parido por mamá, por el simple hecho de ser hijo de papá.

Otro ejemplo, y con él me voy. Por hoy.

Adoctrinar, en el peor sentido de la palabra, mal adoctrinar, es inculcarle a un niño la semilla de la violencia. Educarlo en el maltrato.

Cuando el Partido Socialista (véase), el Partido Popular, Ciudadanos y Vox defienden la violencia contra los animales, cuando la derecha defiende -como ha hecho por ejemplo en este pueblo el PP- que no se le prohíba a los niños la entrada a las corridas de toros (como habían propuesto varios partidos en la última Asamblea de Madrid), la derecha está emitiendo un mensaje claro: queremos adoctrinar a nuestra infancia en los valores del maltrato y la violencia.

Maltrato y violencia contra los seres vivos. Queremos que nuestros hijos, que nuestras hijas, asistan a esos espectáculos, que vean cómo otros maltratan hasta la muerte a un animal. Esos son los valores de la derecha. Y en ellos quiere adoctrinar (mal adoctrinar) a sus nuevas generaciones. Y eso, mis queridos gilipollas, lo podrán disfrazar de costumbre, tradición y/o cultura, pero eso es maltrato, es violencia, y es mal-adoctrinamiento (para la infancia) de la peor calaña.

Y nada más. Para empezar.

Feliz semana, mis queridos gilipollas. Y a todos los demás, que no sois muchos, sois tantos, feliz semana también.