FIN DE LAS IDEOLOGIAS, FIN DE LAS IDEAS.

La inmensa mayoría de los países en los que hemos dividido el planeta son democracias.

Una de mis utopías preferidas es la de la democracia, tengo varias. La peculiaridad del hombre del día, el que vive su tiempo y no el pasado, y se aproxima al futuro, independientemente de que vaya a vivirlo o no, ha de tranquilizarse ante sus contradicciones. Las opciones «escenarios», dicen son un atributo que se adquiere cuando caen los dogmas, la afiliación a las verdades únicas, las suposiciones de exactitud en los juicios. Tampoco el dogma de la mayoría puede sobrevivir tal como está durante mucho tiempo, es decir, la forma de falsear las elecciones forzando al ciudadano a pensamientos que no le convienen. Ése es el triunfo de lo que se llamaba “antiguo régimen”.

Cuando se fundó la democracia moderna en Francia: la filosófica, la enciclopédica, la de una evolución anterior que desarrollada, llegó a ser una Revolución. Solemos estudiarla como una irrupción, como algo que cortó la «vida normal» (no existe vida «normal»: es cambiante a cada nanosegundo: la Tierra no es estática) y saltó sobre el poder para ejercer otro.

El demócrata votante sabe que el programa que ofrecen en la campaña no ha de tener relación con lo que hará si gobiernan o con lo que criticarán si se queda en el infierno de la oposición. Algunos hemos renunciado a la condición de electores porque no consideramos que la democracia sea lo suficientemente real ¿cómo participar sin que le engañen, le equivoquen o hasta le traicionen a uno? La abstención es a veces una posición política seria y dura.

Sobre todo, por los programas circunstanciales. Siempre han dependido de circunstancias, algo está pasando en la historia de azogue como para pretender cambiarla. Pero los partidos tenían sus programas permanentes, ya no. Tenían ideologías hasta que se decretó que no había que tenerlas, por parte de unos filósofos también circunstanciales. Fue una estafa. En España la formuló Franco, que despreció siempre las ideas y acabó con sus portadores. En el imperio tuvieron luego esas frases con que nos quisieron aniquilar, el «pensamiento único» o «el fin de la historia».

El caso es que son ideologías en sí y tratan de acabar con las demás. En parte lo han conseguido. Quedan a veces rastros en los nombres, como en el partido socialista, que de ninguna manera va a socializar. Todo el edificio que construyó el teórico Marx, todo lo que imaginaron los llamados «utópicos», toda la larga y valiosísima aportación de la Enciclopedia se ha ido quedando fuera de servicio o, por lo menos adormecidos, para reivindicar la vaguedad de la izquierda, que se distingue de la derecha porque ésta se ha hecho extremista dentro de las instituciones. Esta política democrática ha ido terminando en un juego, sobre todo en la simplificadora España, la de Madrid o Barça, la que ya se adormiló con los partidos embusteros.

Los demócratas elegibles disimulan ahora sus identidades con lo circunstancial. Dentro de unos límites. Claro que ninguna va a decir que va a salirse del sistema, ni de la economía.

Franco, que en el fondo era un politiquillo capaz de adoptar todas las formas posibles para sobrevivir, después de haberlo conseguido, y con tal acierto, que sobrevivió y sobrevive. Decretó el fin de las ideologías y el de las ideas y lo ha logrado.

 

Luca Brassí