Todo responde a la realidad consecuente o correctamente, ¡siempre!, excepto el ser humano. Pero, pensad, que el responder únicamente a la realidad es eso que se llama el tener objetividad; y nunca otra cosa, aunque la vistan algunos de seda, de imponentes excusas o la justifiquen con muy bonitas y preciosas palabras.
Un animal responde a la realidad con realidad; por lo tanto, es consecuente con la realidad. ¡Obvio!
El ser humano responde a la realidad con todo lo que le conviene para ser aprobado socialmente y para ser aceptado en su círculo político, afectivo, profesional, ocioso, religioso, etc.
Por ello, utiliza recursos para convencer, como un cierto hacer la pelota para sus objetivos arbitrarios.
Pero la razón, la verdad, los deberes éticos no tienen nada que ver con eso, sí, son lo contrario a tal proyecto de marketing o de propósito inevitablemente interesado ya antedicho.
La razón es responder a la realidad bajo unas reglas únicamente racionales, ¡fijas!, como es fija la ley de la gravedad, invulnerables por retóricas, por formas conductuales o por todo lo que no sea razón, además de no determinadas por convencimientos.
Y la efectividad de la razón (si es verdadera ante sus mismas reglas) es siempre la verdad.
Eso es, porque la razón responde a la realidad reconociéndola en sus reglas, no con conveniencias, no con arbitrios o con interpretaciones y nunca con sinrazones.
Mientras la no efectividad de la razón consiente, se apoya en lo que han dicho o en lo que han premiado, pues la auténtica efectividad de la razón nunca consiente, nunca deja pasar a una mentira (o a algo no comprobado) por muy protegida que esté por elementos sociales o de poder.
Aquí habría que hablar de los intereses dominantes que siempre han chocado contra la razón, y la han impedido, porque son intereses siempre determinados por poderes sociales.
Pues bien, absolutamente todos están presos de esos intereses dominantes; solo se escapa el que racionalmente ha demostrado una lucha interior por tenerlos al frente, no al lado como colaboradores de su vida.
Un interés dominante es una estética, una línea a seguir (en donde la razón aún no ha hablado), una tendencia como el esclavismo o el machismo siempre en una gran cerrazón (al ser tan sobreprotegida) incontestable y ya tantas veces intolerante ante una respuesta racional.
El interés dominante marca tu vida, por seguro, no la razón; asimismo, el interés dominante te va robotizando, haciéndote muy servil sin unos criterios racionalmente válidos, va haciéndote sabio en tantas confusiones o enturbiamientos, ¡cierto!, te va idiotizando.
Por eso hay que salvar siempre a lo más primordial que tenemos (el apego a lo natural o a la Naturaleza) y el responder a la realidad con nada que sea interesado , ¡nada!; o sea, con el instinto, con la intuición y solo con la auténtica razón no contaminada de tantísimas sinrazones y palabrerías que circulan en la sociedad que se ha «inventado» caprichosamente. Así es.
José Repiso Moyano