No, iguales no.

Hoy he vuelto a levantarme con la corrupción de melodía, y en el bus la gente comenta ¡Que vergüenza, que país! ¡Son todos iguales!, y esto último, «todos iguales» me retumba, por que nada más lejos de la realidad; no todos somos iguales.

¿Es igual el extranjero alemán afincado en Mallorca, que el senegalés que te abre la puerta del supermercado? Ninguno es «español» pero, ¿son iguales?

¿Es igual Juan, simplemente Juan, sin apellidos, ese que un día torció el camino siguiendo una línea blanca, ese que creyó que se comía el mundo, y el mundo le devoró; es ese igual a un «señor» con Don, con apellido, sea Rato, Blesa, Urdangarin, es igual?

No, no lo es, y como no lo es, reivindico la «desigualdad», esa que omitimos juzgando con tabla rasa, esa que nos saca a todos del mismo saco.

¿Y por qué? porque creo en la honestidad, en el valor, en la justicia, en el trabajo, en la ética, porque en los aludes no todo se arrasa, siempre queda algún pino en pie, digno y fuerte, soportando el temporal.

Creo en esos pinos, los que se levantan cada día y trabajan con dedicación, responsabilidad y contracorriente, los que se levantan cada día para buscar trabajo aunque sea más difícil de encontrar que una aguja en un pajar, los que se levantan en una gélida madrugada y recorren cientos de kilómetros para despedir a un amigo de lucha, los que afilan sus lápices para contarnos algunas verdades, esos que demuestran que en realidad, no somos todos iguales.

Cris